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Sin entrar en refranes rancios, te traigo 10 reflexiones sobre si eres un Manolete. Vamos, que entras a torear sin saber dónde te metes:

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1.- Si no quieres lidiar con el dolor ajeno, no pretendas ser (ni hacer de) psicólog@.

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2.- Si no puedes ver retrocesos, bloqueos o falta de avance en tus clientes, no entres en procesos psicológicos.

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3.- Si sólo te mueves en el «Todo va a salir bien» o «De toda crisis se aprende», no te muevas en corrientes psicológicas.

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4.- Si no tienes espacio en tu despacho para la frustración, el enfado o las lágrimas, no crees espacios publicitarios en tu web que hable de #acompañamiento o #terapia.

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5.- Al hilo de la anterior, si creas ese espacio emocional incómodo, y no sabes dejarlo cerrado o elaborado antes de cerrar la puerta, ni te plantees entrar en la psique humana.

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6.- Si no sabes crear relaciones de ayuda sanas e independientes, con el objetivo de dejar de existir desde su comienzo, no menciones a la #psicología como tu herramienta.

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7.- Si no eres capaz a dejar a un lado momentáneamente tu ego(ismo) y tus propias miserias mientras trabajas con el cliente, no te empeñes en hacer de la #psicología tu profesión.

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8.- Si no te apetece hurgar en lo más profundo del ser humano para encontrarte con desagradables sorpresas con la misma probabilidad que escenarios de belleza incalculable, no asumas que eres psicólog@.

9.- Si no te planteas aprender a no asumir cargas ajenas, mientras ayudas a que sean menores en quienes las portan, no me digas que cualquiera puede ser (un buen) psicólog@.

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10.- Si no estás preparad@ para encontrarte con lo peor y lo mejor del ser humano cada día, verte y ser reflejo de ello, te pido por favor, que te alejes lo máximo posible de la Psicología.

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Imagen: Freepik.

Hoy tocaba retomar actividad en el blog después de casi 2 años de actividad intermitente durante la COVID-19. Y precisamente, sobre eso: los aprendizajes reales, no los de boquilla, que hemos logrado durante este durísimo episodio de nuestras vidas.

Pero después de un par de publicaciones en la Red sobre Psicología, con sus dimes y diretes sobre quién puede hablar de esta disciplina o no, quién se puede considerar experto o no o los manidos y alabados mensajes positivistas en boca de personajes públicos, me siento en la obligación de abordar lo que los psicólogos, sabemos. Y sobre todo, lo que no sabemos.

Porque sí: la Psicología está en el aire, pero no todo es Psicología y por lo tanto, no todo vale. De parte y parte.

Allá voy!

 

Los psicólogos no sabemos de todo, sabemos de lo que sabemos. Existen diferentes especialidades dentro de la Psicología (Clínica, Neuropsicología, Social, Organizacional, Diferencial, etc.) algo en lo que nos intentamos especializar a lo largo de la carrera, pero en realidad se da una vez finalizada con estudios de postgrado, máster y demás formación continua. La Psicología es una carrera generalista, al igual que otras muchas que dota de unos conocimientos generales sobre el comportamiento humano y que requiere de especialización y formación constante. Por eso no todos los psicólogos vamos a saber sobre las rabietas de los niños, los últimos avances en psicofarmacología o intervención terapéutica o las tendencias en gestión de talento.

 

Los psicólogos podemos ser buenos o malos profesionales, pero nos respalda una formación. Esta no es la justificación en la que nos vayamos a escudar para cometer errores, pero pasamos por un filtro de adquisición de conocimientos, prácticas, investigaciones y métodos científicos para llegar a ser psicólogos. Y luego, está la parte humana y ética: quien sea un egoísta o borde, posiblemente lo será en su profesión, sea la que sea. Psicología incluida.

 

Los psicólogos estudiamos muchas materias que nunca nos serán necesarias, al igual que el resto de profesiones y estudios. ¿Cuántas veces has usado las funciones hiperbólicas o las declinaciones de los verbos en latín? Pero ambos formaban parte de un itinerario (quizás a veces equivocado) para llegar a un conocimiento mínimo de un área o de una especialización.

 

Los psicólogos tenemos muchas corrientes por las que decantarnos a la hora de realizar nuestro ejercicio profesional según las diferentes escuelas existentes. Estructuralista, freudiana, conductista, cognitivo-conductual o Palo Alto son algunas de las escuelas que han influido en nuestra formación y profesorado. Y por lo tanto en nuestros aprendizajes y preferencias, las cuales se van puliendo con los años y el estudio constante de nuevas técnicas y escuelas. También podemos llegar a cambiar de escuela, al encontrar que con las nuevas investigaciones o avances, nos encontramos más cómodos y nos resulta más útil una que otra.

 

Los psicólogos usamos herramientas para intervenir en la modificación de la conducta humana. Entre ellas el coaching. Sí, el coaching, una herramienta centrada en lograr objetivos de manera ágil que se vale a su vez de diferentes técnicas provenientes del mundo empresarial y deportivo. De ahí, que el coaching, no deja de ser una “intervención” que raya los límites de la psicología y seguimos sin tener claro en muchas ocasiones. Lo que sí está claro, al menos para mí, es que el coaching es una herramienta y no una profesión.

 

Los psicólogos nos basamos en el método científico en el cual se apoya nuestra formación universitaria. O eso deberíamos hacer a la hora de intervenir, divulgar o realizar opiniones vinculadas a nuestra profesión. Los recuerdos sobre mis profesores universitarios no siempre son positivos, pero no recuerdo ninguno que no apoyase sus posiciones en estudios, más o menos recientes. Con mayor o menor acierto. Y con ello, se intentan sentar las bases de nuestro juicio como profesionales de una disciplina, aunque lleve años comprenderlo y no se esforzasen en su momento por explicarnos el motivo de tanto estudio y tanta investigación.

 

Los psicólogos somos profesionales sanitarios desde el 2011 (aunque la lucha se inició a finales de los 90). No somos médicos, pero al intervenir sobre la salud (terapia, modificación de conducta, bienestar), se incluye dentro las profesiones sanitarias. Pero todo este “lío” de la Psicología como profesión, como ciencia, se inicia en 1897 en el famoso laboratorio de Psicología Experimental en la Universidad de Leizpig. Haciendo cálculos, aunque yo soy de la antigua “letras puras”, me salen unos 125 años de trayectoria. Y de lucha, de avances, de choques, de crecimiento, de profesionalización… Casi ná.

 

Los psicólogos no servimos para todo, la Psicología no sirve para todo. A pesar de que la Psicología está implicada en gran parte del mundo que nos rodea, no es la solución para todos los males. Ni todo de lo que se habla tiene que ver con la Psicología, ni es el recurso estrella para cualquier conflicto o situación. Y al mismo tiempo, no todo vale al hablar y opinar sobre la Psicología como algo que sencillamente supone opinar sobre la psique y comportamiento humano.

 

Lo que sí está claro, es que es una profesión maravillosa que suscita los mismos odios que admiraciones, ya sea por lo bonito de estar en contacto con lo más profundo del ser humano o su enfoque de ayuda. Pero así es. Y lo que también ha de quedar claro, es que no toda persona que hable sobre Psicología, se haya leído un libro o una biblioteca, es Psicólogo (ojo, que no digo ni bueno ni malo) si no ha pasado por los cauces establecidos.

 

Imgen: Weeky

A veces, la adaptación no es una opción, si no una necesidad. Incluso se llega a implantar como una forma vida, lo cual no significa que estemos encantados con ellos. Tan sólo que está ahí y toca decidir qué hacer con ella.

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Hace 50 años, era posible que murieras laboralmente en la empresas en la que empezabas a trabajar con 15. Con ascenso o no, con proyección o no, pero la línea estaba marcada y podías recorrerla si querías.

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Actualmente, se estima que tendremos entre unos 20 y 30 cambios laborales a lo largo de nuestra vida profesional (Michelle Weise, vicerrectora del Sistema Nacional de Universidades de Estados Unidos). Por lo tanto, esto de la «estabilidad» es más una quimera que una necesidad. Otra cosa, es aprender a manejarse en estos contextos tan cambiantes #BANI (porque el #VUCA ya se nos queda corto…), y convivir con ello, dentro de ello, de una forma más o menos cómoda. Porque no va quedar otra.

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Ayer actualicé mi vida laboral «privada» y tuve que tirar de agenda y calendar para sacar toda la información vivida en tan sólo un año: clientes, proyectos, formaciones, procesos, tutorías, sesiones, reuniones, propuestas… No todo se desarrolla, ni se cumple, pero ocupa un espacio, mental y en la agenda, que hace que necesite de tirar de soporte externo, porque mi disco duro llega a borrar datos por pura necesidad.

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Y para cada acción, tengo que cambiar de color como si de un camaleón se tratase. Los roles de consultora, formadora, psicóloga, tutora o mentora, son diferentes y si a eso le sumas, la casuística particular de cada cliente y cada sector, los resultados tienden a infinito. A esta complejidad de cambio constante, hay que sumarle la simultaneidad: por la mañana formación, a medio día sesión individual, por la tarde consultoría de proyecto y por la noche elaboración de informes. O una nueva propuesta, o estudiar una nueva tendencia, o analizar un caso atascado…

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Y te encanta lo que haces, pero reconoces lo cansado y agotador que llega a ser para tu mente tanto cambio para poder llegar a todo con la excelencia que deseas o te exiges, y que finalmente tú también te exiges. Y ahí es cuando empiezas a priorizar, delegar, aparcar o meterte de lleno, porque no te queda otra, ya que la fuerza del mercado laboral es mucho más fuerte que tú y la “única” capacidad que tienes es la de adaptarte al cambio en el que llevamos inmersos desde hace varias décadas o vivir en permanente queja.

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Insisto: adaptarse, también conlleva asumir cansancio, agotamiento incluso, tomarse parones y desconexiones, porque es necesario para poder seguir. Y ser consciente de esta necesidad de cambio constante, de aprendizaje y flexibilidad de por vida, y del desgaste que genera en nosotros, tampoco le resta emoción y belleza a lo que uno se dedica. Sencillamente se trate de ser ecuánime y coherente con la vida que se ha decidido llevar aunque a veces pese, porque otras veces, sencillamente fascina.