Entradas

A estas alturas me imagino que conoces el programa “First Dates”.

 

Parece ser que nadie lo ve, pero tiene una tasa de audiencia de las más fieles de la cadena en la que se emite y ya lleva unas cuantas temporadas. He de decir que yo no la veo, pero sí he visto fragmentos en algún programa que me han hecho reir, sorprenderme y reflexionar a partes iguales.

 

De ahí, este post…

 

Varias personas a las que considero muy interesantes y a las que quiero muchísimo, siguen este programa e insistieron durante meses en lo que se aprende de relaciones al verlo. Y tanta insistencia me hizo ver un programa entero (o casi).

 

Y más allá de la vergüenza ajena que he sentido siempre de tener que buscar al “amor” en la televisión también llegué a la conclusión de que puedes aprender mucho de las relaciones. De un tipo determinado de relaciones.

 

Y de repente lo ví claro: más first date y menos caretas.

 

Y con esto me refiero a algo que me gustó especialmente: la claridad con la que las partes exponen sus intereses y ofrecimientos para llegar a establecer una relación a futuro. Me encanta desmenuzar el comportamiento humano y extraer pautas que se repiten en ellas. Y aquí lo vi claramente.

 

En una primera cita (con o sin tv de por medio), deberíamos explorar los intereses de la otra parte y comprobar lo alineados que están con los nuestros, qué grado de discrepancia existe entre ambos y las expectativas de la duración de la relación. Al igual que un proceso de selección…

 

¿Sueles hacerlo?

¿Has vivido alguna entrevista de esta forma?

Pues ya empezamos mal si no es así, estés en la parte en la que estés.

 

El ver como dos personas que no se conocen de nada se preguntan a saco qué esperan de ellos, de la vida, de la conexión que van a establecer y exponen lo que están dispuestos a ofrecer, me hizo pensar que ojalá tuviésemos más first dates sinceros y menos opacidad a la hora de iniciar una relación con otra parte.

 

Cierto que es un programa y tendrá un guión, que no sea más que un puñado de personas corrientes cumpliendo un papel, pero la idea de base para empezar una relación…Me encanta! La admiro, en el fondo, es envidiable.

 

Y si me lo llevo al campo de la selección, me recuerda al motivo de que la selección por valores, sea tan complicada de implementar pero sea de las más interesantes y efectivas.

 

¿Cuál es el vínculo por el que nuestras relaciones y la selección por valores se encuentran con tanto impedimentos?

 

– Valores alineados: ambas situaciones requieren de confluir en una serie de valores vitales básicos, deben estar alineados para que la existencia de su unión tenga sentido. Esta es la parte más sencilla de identificar en este vínculo: te relacionas y encuentras cómodo con quienes sienten la vida como tú o tú como ellos. Punto.

La dificultad está en identificar estos valores en cada uno de estas partes, pues los valores son los principios que rigen tu vida, que dan sentido a tus actos. Pero su construcción y existencia no ha dependido solamente de ti, sino de tu educación, cultura, entorno y el cómo has ido integrando todo eso en tu existencia.

Qué complicado ¿verdad?

Ahora llévate eso a una organización compuesta por personas que aportan cada uno de sus valores con el crisol de matices que ello implica…

Sudores en frío me entran a mí.

 

– Autoconocimiento: falta de claridad propia. Cómo vamos a intentar conocer los valores del otro y ver si están alineados con los nuestros…si desconocemos los nuestros! Tanto a nivel personal como organizacional, el identificar los valores en los que se sustentan nuestras acciones y articulan nuestra misión, es sumamente complicado, laborioso y doloroso. Mi experiencia con personas y organizaciones en proceso de cambio profundo, me dice que la ruptura con la situación actual se produce por variaciones internas de esos valores respecto al entorno/relación en la que se encuentra. Y ocurre aún sin identificar, simplemente “la cosa deja de funcionar”.

Para que todo se desarrolle de la mejor forma posible, es necesario un proceso y trabajo de autoconocimiento profundo y continuo. Y para eso, no siempre estamos preparados.

 

Te hablo de personas.

Te hablo de organizaciones.

Te hablo de valores.

 

– Miedo al rechazo, postureo, mejor versión, falta de sinceridad. Poniéndote en el mejor de los casos, de tener claramente definidos tus valores, cuando empiezas una relación personal o profesional ¿tienes la capacidad suficiente para exponerlos con sinceridad, transparencia y asertividad? Pues la verdad es que no…

Empezar algo nuevo siempre implica miedos, inseguridades, dudas que son parcheados con medias verdades, complacencias o rigideces al darnos de bruces con los valores de la otra parte.

Querer gustar y encajar a toda costa, supone falsear, mentir, maquillar ¿estás dispuesto a ello? No pasa nada si eres consciente de que ello va a implicar una serie de consecuencias como ser coherente a futuro con lo que has expuesto o de que la otra parte se pueda sentir engañada al descubrir que no es tal y como lo contaste en esa primera cita.

No olvides las efectos de mentirte a ti mismo, aunque eso me da para otro post completo…

 

– Dificultades de comunicación y transmisión de ideas. En el supuesto de que te conozcas a la perfección y de que no tengas temor alguno a ser rechazado cuando te encuentras en relaciones personales / profesionales con valores dispares ¿sabes transmitir tus ideas con claridad?

Gran parte de los problemas de las relaciones interpersonales son por la dificultad de expresar con claridad aquello que quieres, sientes, necesitas. Y también por la falta de escucha activa de lo que los demás te quieren transmitir.

 

¿Has identificado cómo es tu nivel de comunicación?

¿Has evaluado cómo te expresas, escuchas, observas y analizas la información que comunicas y recibes?

¿Eres consiciente del impacto de tu comunicación?

 

Ahora súmale todo esto a transmitir algo tan complicado como son los valores, esos pilares que sustentan tu vida y que, aún con la misma denominación, suponen diferentes significados para cada unos de nosotros.

 

Viendo todo esto, lo sorprendente es que tengamos relaciones personales duraderas y que en los procesos de selección consigamos predecir con éxito el ajuste entre candidato y organización o un equipo ya formado.

 

Por eso te invito a que tengas más first dates de las buenas y menos máscaras.

 

Imagen: google.com

 

 

 

Luis consigue sacar lo peor de mí: me crispa, me enerva, saca mi lado oscuro… Pero también me hace reír muchísimo y comparte una serie de valores que hace que nuestras conversaciones pasen del lado más frívolo al más profundo en cuestión de segundos.

Nos conocimos hace unos 4 años en un curso sobre comunicación y te prometo que me dio el curso. Es el típico alumno preguntón, que (sobre?)participa, cuestiona… En fin, que te das cuenta que está ahí. Y desde entonces, forma parte de mi vida y yo, encantada de ello. No puedo extenderme mucho en sus lindezas porque luego usará esta introducción en nuestra conversaciones y no tendré argumentos para defenderme.

Le encanta presumir de que le aprecio y de lo imprescindible que es para mí en muchas ocasiones…y muy a mi pesar, tengo que dar ella razón. Y es que Luis, puede parecer de entrada una persona que siempre está de broma, algo que a menudo confundimos con tener sentido del humor. Pero es de las personas más entregadas y generosas que conozco, en el más amplio sentido de la palabra: su hija, su familia, su trabajo, sus aficiones.

Nunca me lo ha confirmado pero intuyo que le gusta, le encanta, mi nombre. Y es que él y yo sabemos que tengo un sexto sentido según para qué cosas ;).

Posee un gran sentido de la belleza literaria y le encanta la Historia (con mayúscula, sí, sí) y todo lo que tenga que ver con Italia. Sabe mucho de personas, organizaciones y talento, cuando leas este texto que me ha regalado, lo comprenderás. Y entonces, no querrás perderle de vista, como me pasa a mí (a veces para mi desgracia 😉 ).

 

____________________________________________________________________________________________________________________________________________

 

A los dos días fue el funeral de Manuel. Como ya se encontraba bastante mejor de su mal, le dieron permiso en el hospital para asistir al funeral de su amigo. De hecho, fue en el coche con la doctora que había atendido a Manuel y que también se ocupaba de él. Ella era una chica morena, alta, muy fina y con un pelo largo y liso que, sobre todo cuando lo llevaba recogido, hacía que sus enormes ojos color miel resaltaran aún más. Se llamaba Lucía y había sido la primera de su promoción. Era una chica muy especial, ya que (quizás por su juventud) mantenía la humanidad a flor de piel, esa que muchas veces se echa de menos en algunos médicos más veteranos que se convierten en meros técnicos, sin ninguna dosis de empatía y asertividad. Además, tenía una capacidad sorprendente para captar hasta el último matiz de una conversación a pesar de que a veces parecía despistarse.

Ese día era el típico de un otoño asturiano, ovetense, era de esos días con una temperatura agradable y el juguetón viento de las castañas. Las hojas caídas dibujaban vórtices al paso de los coches de la comitiva fúnebre; ese efecto siempre le había gustado a Cayo observarlo por el espejo retrovisor del coche. Siempre había creído que mirar el vuelo de las hojas por el retrovisor al paso del coche era un placer que sólo él disfrutaba, pero de repente intuyó que Lucía estaba haciendo lo mismo, podía ver en sus enormes ojos reflejadas las hojas que parecían querer atrapar el coche.

– “Lucía, ¿puedo llamarte Lucía? – le preguntó.

– “Por supuesto” – contestó ella.

– “Perdona, pero ¿es posible que estés observando cómo las hojas dibujan remolinos en el aire al paso del coche?

Ella se quedó unos segundos sorprendida y un poco ruborizada. Cuando consiguió recuperar la compostura, respondió:

– “Pues la verdad es que sí. Lo llevo haciendo desde que era niña. Un día iba en el coche con mi padre y un pájaro se estrelló contra el parabrisas, deslizándose hacia el techo y después cayendo al asfalto por la parte de atrás del coche, obviamente muerto. Como empecé a llorar, mi padre paró el coche, pasó al asiento trasero conmigo y me contó esta historia:

– “Lucía, verás, cuando un pajarín choca contra un coche, no se muere, sino que se convierte en hoja y cada vez que pasa un coche, sale volando detrás haciendo dibujos en el aire. Verás, vamos a ver cómo juegan”.

– “Entonces, mi padre volvió al puesto del conductor, puso el coche en marcha y condujo hacia una zona de la carretera en que había un montón de hojas de castaño. Cuando íbamos a pasar por encima de las hojas me dijo:

– “Amor, ¡mira cómo las hojas que antes eran pájaros juegan cuando pasemos!”

– “Yo miré y lo que vi fueron millones de pájaros que ahora eran hojas jugando felices a nuestro paso. Y la tristeza se me tornó en alegría. Así era mi padre. Y desde entonces, siempre que paso con el coche sobre hojas miro por el retrovisor, y veo los pájaros…y veo a papá”.

Ambos quedaron un rato en silencio, que fue roto por el chirriar de los frenos del coche en que iban y la parada un tanto brusca que hizo al llegar al aparcamiento del cementerio.

 

Yo, no sé a vosotros, pero a mí, cada vez me parece más y más importante saber observar el comportamiento humano, en sus más nimios detalles, así como Cayo observó a Lucía mirando las hojas por el retrovisor. A partir de esa capacidad de observación fue capaz de conectar con ella en el plano afectivo. Esto desencadenó una serie de recuerdos muy íntimos en ella que la hicieron a su vez abrirse a su compañero de viaje. A partir de ahí, tuvieron una conexión mucho más clara y profunda.

Si fuéramos capaces de observar así a nuestros interlocutores, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros equipos, ¿no obtendríamos mejores resultados?, ¿ambientes de trabajo más humanos?, ¿no mejoraríamos mucho la experiencia del empleado? Y, además, ¿no conseguiríamos que todos y cada uno de los miembros de nuestras organizaciones fueran los mejores embajadores de marca? Porque, seamos conscientes, todos y cada uno de los miembros de una organización son embajadores de la misma (queramos o no); por eso debemos intentar que sean buenos embajadores.

 

Por otro lado, ¡qué bonita la forma en que el padre de Lucía le cuenta la historia de las hojas y los pájaros!, ¿no?

¿Qué fue lo que hizo el padre de Lucía?:

  • Paró el coche y pasó al asiento trasero. Es decir, se tomó con la máxima importancia lo que en aquel preciso momento preocupaba a su hija. Priorizó lo que era en ese momento más importante, y lo hizo en el momento, no lo pospuso para cuando fuera para él más cómodo. Lo importante era la tristeza que invadía en ese momento a su hija. ¿Qué pasaría si no obviáramos las emociones de quienes nos rodean y además las atendiéramos en el momento en que son más intensas? Quizás estemos perdiendo a diario muchas oportunidades de conectar en un plano muy íntimo con quiénes nos rodean (organizaciones incluidas).
  • Se inventó la historia de las hojas. Con ello adaptó su mensaje a su interlocutora, su hija, una niña de unos cinco años. Ya sé que es una cosa obvia y muy manida, pero ¿en realidad adaptamos siempre nuestros mensajes al interlocutor? ¿No nos dejamos a veces llevar por un afán egoísta de parecer más que el otro y usamos términos que sabemos que el otro no maneja para parecer superiores? Y ¿qué efecto produce eso en el otro? ¡Cuántos conflictos se generan en una organización o en nuestra vida personal, por una mala comunicación, por no hablar en la misma onda! Y muchas veces diciendo lo mismo, pero sin entendernos.
  • El padre de Lucía, después de tomarse su tiempo, con cariño (y por qué no decirlo, con amor), de inventarse la historia, de hablar en el mismo plano que su hija, hizo una tercera cosa que es imprescindible para cerrar el círculo de la confianza: volvió a su puesto, condujo el coche hacia una zona de hojas de castaño y pasó por encima haciendo volar las hojas. Y ahí se hizo el milagro: ¡Lucía vio millones de pájaros jugueteando detrás del coche! Es decir, demostró en la práctica lo que había dicho. Si somos capaces de comprometernos en algo con nuestros compañeros, colaboradores, amigos, familiares… y cumplirlo, estaremos generando uno de los elementos más importantes (al menos para mí) de los que podemos gozar como personas: seremos confiables. Y la persona que es confiable habrá generado la mejor marca personal posible. Aquella persona de la que te fías será siempre alguien a quien sigas, ayudes, con la que colabores, la aceptarás como tu líder. Y si eres una persona confiable, tu huella será mucho más indeleble que la de cualquier jefe formal por muy investido de autoridad que esté por la organización o por la sociedad. Y esta será una marca personal inmortal, pervivirá en todos aquellos que te hayan conocido.

Lucía siempre se acuerda de su padre al pasar sobre las hojas secas, y lo hace con alegría, no con emociones “negativas”, porque su padre dio la máxima importancia a su preocupación, le dedicó el tiempo necesario, lo hizo en el preciso momento y le demostró con acción lo que decía.

Imagen: google.com