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Antes de comenzar me gustaría contarte que lo que viene a continuación es una reflexión personal que hace años me ronda la cabeza, y que no tiene nada que ver con corporativismos ni dogmas. Tan solo es eso, un pensamiento en voz alta.
Me gustaría que conocieses mi visión sobre lo que los profesionales que trabajamos en la gestión de personas y el desarrollo humano en general nos podemos encontrar, y muchas veces, ignoramos.
Después de más de 10 años gestionando emociones propias y ajenas, realizando y compartiendo procesos de coaching, viviendo las historias de otros en primera fila, he podido presenciar actuaciones que me han hecho dudar seriamente sobre mi vocación, mi profesión.
En muchas ocasiones llegan a mi vida personas con el alma rota en pedazos, con la vida patas arriba, con sueños y objetivos por realizar, y que quizás nunca se lleguen a cumplir… Y en esa fragilidad con la que llegan a mí, es en la que baso (o al menos lo intento) mi praxis, mi profesionalidad, mi integridad. Y es en ese quebradizo equilibrio en el cual fijo toda mi atención, con la idea de formar parte de la solución, pero nunca como una debilidad de la que aprovecharse.
Mi reflexión no consiste en decirte lo bien o mal que hago mi trabajo, sino simplemente en que soy consciente de cada día, en mi trabajo, llegan a mí personas rotas, intentando recomponerse. Y yo, en la mejor de las intenciones, con la necesidad como persona y profesional de ayudar, puedo llegar a sentirme Dios… Y necesito estar muy atenta para no caer en esa trampa.
En estos últimos años, me he hartado de leer artículos sobre lo que es y lo que no es el coaching, he acudido a montones de charlas escuchando la misma monotemática introducción sobre esta herramienta, pero en muy pocas se ha tratado este tema. Y me apetece, y además mucho, tratarlo desde dos aspectos que considero básicos.
El primero de ellos es la equivocada idea a la que se puede llegar en esta profesión de ser el “solucionador” de problemas de las personas con las que trabajas, de ser la luz que ilumine sus caminos. Si no tienes cuidado en este sentido, si no trabajas y cultivas tu humildad y profesionalidad, puedes caer en el error de sentirte Dios por un momento, y eso sería terrible. Llevarías a la persona que tienes enfrente a donde tú quieres, y no a donde quiere ella; la asesorías sobre lo que mejor consideras para ella según tu visión, no según la suya; no admitirías fallos, te creerías omnipotente y perderías la objetividad y profesionalidad que te ha hecho llegar a estar donde estás. Estarías permanentemente guiando el proceso para confirmar tus hipótesis y no para explorar lo que desea la otra parte. No te dejes vencer, no dudes por un momento que eres una pieza más del puzzle, pero nunca la más importante!.
Y en ese camino de poder y delirio llega el segundo de los puntos de la reflexión. Es ese empacho de autoridad y capacidad para manejar vidas ajenas, donde puedes ignorar elementos tremendamente importantes: trastornos del estado de ánimo y/o trastornos mentales. ¿Cuántas veces has tenido a un cliente frente a tí y has dudado de si en su discurso aparecen síntomas de un T.A.G. (Trastorno de ansiedad generalizada) o de un principio de depresión? ¿Cuántas has tenido a un coachee hablándote de ideas de suicidio o has percibido una profunda apatía en todo lo que transmite? ¿Y cuántas has pensado en si tienes las herramientas adecuadas para poder discernir si tienes delante a una persona que necesita fijar objetivos o necesita algún tipo de terapia? Yo, la he tenido tantas veces… Y me he sentido tan torpe, tan sola… He tenido tantas dudas y las he compartido con colegas, he derivado casos y he suspendido procesos. ¿Soy mejor que tú? No lo sé, tan sólo sé que soy consciente de que en el desarrollo y gestión de personas es básico el conocimiento y reciclaje continuo de la Psicología general y sobremanera de los trastornos psicológicos, de la psicopatología y las nociones mínimas para percibir (que no diagnosticar) que algo no está yendo bien.
De estos dos puntos, se desprenden algunos de los requisitos básicos, que al menos para mí, son imprescindibles en la gestión y desarrollo de personas:
– aprendizaje y desarrollo de competencias que van más allá de las meramente académicas, y un profundo trabajo de valores que sustenten una praxis impecable.
– supervisión y feedback periódico por otros profesionales conocedores de la conducta humana y sus entresijos.
– revisión y reflexión permanente, basada en la autocrítica después de cada puesta en práctica.
– amplio conocimiento sobre la Psicología del ser humano en aspectos básicos como la motivación, el aprendizaje o la personalidad, y sobre todo, la psicopatología.
Y como no quisiera finalizar de manera aleccionadora, me gustaría volver a recordarte que es una visión personal sobre las carencias que me voy encontrando por el camino y me gustaría ir haciendo cada vez más pequeñas. No pretendo decirte lo que hay o no hay que hacer, ¡jamás se me ocurriría!. Pero sí pretendo compartir contigo aquello que prometí en el nacimiento de este lugar de reflexión, y en ello estoy.
Y recuerda: no somos dioses jugando a capricho con las ilusiones y esperanzas de quienes depositan su confianza en nosotros. Por lo que todo conocimiento que nos acerque al funcionamiento del comportamiento humano, será bienvenido.
Como te dije, algunas veces te encantará leer lo que pienso, otras lo aborrecerás, las mismas que no estarás de acuerdo o las que te reirás viéndote reflejado en cada línea. Me gustaría saber como ha sido en esta ocasión ¿me lo cuentas?