Fue una lástima. Sí, lo fue…

Porque hablamos de esto en enero y lo dejé reposar en la nevera hasta mayo, ¿te imaginas? ¿Dejar esta maravilla de reflexión 4 meses, ahí, esperando a ver la luz?

Pero esto tiene remedio y rápido, porque aquí te traigo esta joya de Fredo (Alfredo Díaz para quienes no tienen el gusto de tenerle cerca como yo). Con lo bien que se expresa, prefiero emplear mi espacio en hablarte de él, porque de su post, ya tendrás el gusto de disfrutar en unas líneas.

Fredo es todo menos convencional, y eso ya tiene un valor extra. Lo de la diferenciación que otros llevan por modas o por pura necesidad de destacar, emana de él de manera natural, y se ve intensificado cuando conversas y sobre todo, cuando debates. Si además añado el cultivado criterio musical que tiene (no digo que sea bueno ni el mejor, pero es tan amplio…), ya es para ponerle una estatua. Aunque creo que a él le gustaría más una glorieta en Oviedo, no sé porqué tengo esa sensación ;).

Para que puedas tener una opinión propia y formada sobre él, te invito a que leas esta con calma esta reflexión suya y puedas apreciar la belleza que yo veo en él, al completo…

 

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Dime sólo lo que sientes, con palabras o sin ellas,

en toda su intensidad, y con toda su crudeza.

Mas no quiebres el silencio, no violentes su presencia

Si lo que vas a expresar no supera su belleza.

 

Pido disculpas de antemano (o no), porque a estas alturas de la película, mi alma exige a gritos vomitar su realidad, esta percepción absolutamente subjetiva construida por mis imperfectos sentidos, aún a costa de renunciar, puede que deliberadamente, a lo políticamente correcto….

Pido perdón (o no), porque mucho de lo que viene a continuación no será, a buen seguro, lo que la mayoría de las personas desearían leer…. (o tal vez sí, quien sabe).

 

Vivimos inmersos hasta la médula en la sociedad 2.0, la del buenismo, la de la expresión naif y la posverdad, en la que la valía, éxito y aceptación social de cada individuo parecen venir, cada día, más y más determinados por el número de “me gusta” que obtienen las correspondientes publicaciones en las Redes Sociales.

Por cierto, si tengo la ocasión, en otro momento os contaré las tribulaciones que sufrí tras perpetrar la infame tropelía de abandonar un grupo de WhatsApp, esas neosectas del siglo XXI, en las que una vez entras, es prácticamente imposible salir. Al paso que vamos, un ciberataque o un simple apagón acabarán por dejarnos sin amigos. Definitivamente, la comunicación 1.0 no está de moda: mi reino por un retuit.

Aún me sorprendo cuando personas a las que apenas tengo el placer de conocer, se dedican a regalarme los oídos, con frases como: “Qué grande eres”. En esos momentos pienso, parafraseando en cierto sentido la célebre canción de Raphael, compuesta por Manuel Alejandro, pero ¿qué sabe nadie?. Qué sabe nadie de mis miedos, mis incapacidades y mis creencias limitantes. Qué sabe nadie de mi maldad, de mis segundas intenciones, de ese lado egoísta, perverso y profundamente cabrón, de ese demonio interno que todos llevamos dentro, alimentándose de la ira y el odio, y que tratamos de ocultar a los demás, como parte de nuestra colección de inconfesables secretos.

 

“No me levanto ni me acuesto día que malvado cien veces no haya sido, ni que caiga más vil y más profundo”

(Miguel Hernández)

 

Tengo la sensación de que nos pasamos el tiempo “corriendo” de un lado a otro, persiguiendo obsesivamente algo que ni tan siquiera sabemos muy bien en qué consiste. Estamos, quizá, demasiado absortos en captar el ruido vacío de todo cuanto nos rodea, en vez de tomarnos aunque sea un momento para escucharnos a nosotros mismos, para conocernos, para aprender a querernos, a valorarnos, como seres únicos e irrepetibles que somos.

 

Por otra parte, la casi siempre nefasta gestión del ego que los humanos llevamos a cabo, ya sea por defecto (“no valgo pa ná”) o por exceso (“soy la de Dios”), representa un viaje sin retorno hacia la frustración y la más absoluta de las infelicidades. Y esta es, a mi parecer, una de las luchas más titánicas que cada cuál ha de afrontar, antes o después, consigo mismo.

 

“Lucha de gigantes convierte el aire en gas natural, un duelo salvaje advierte lo cerca que ando de entrar. En un mundo descomunal, siento mi fragilidad….”

(Antonio Vega)

 

A fin de cuentas, a lo largo de nuestra existencia tan sólo hay dos momentos realmente relevantes: nacimiento y muerte. Todo el tiempo, mayor o menor, que media entre ambos no deja de ser una mera circunstancia, un capricho del destino al que cada persona se afana en buscar un sentido.

 

¿Y cuál es la respuesta? Confieso que no la conozco, ni tampoco creo que exista una que sirva de modo “universal”. Pienso que todos hemos de recorrer individualmente ese camino y, además, sin tener garantía alguna de éxito.

 

“Subí al árbol más alto que tiene la alameda y vi miles de ojos dentro de mis tinieblas”

(Federico García Lorca)

 

Personalmente, trato de consumir el tiempo que pueda quedarme hasta el límite de la cuenta atrás en que estoy irremisiblemente sumido en rodearme de aquéllos que me quieren y me aprecian (pese a mis escasas virtudes y a mis múltiples defectos), me abrazan cuando estoy triste, me apoyan cuando lo necesito (aunque sea en la distancia, porque el afecto sincero no entiende de kilometrajes), aceptan y respetan mis decisiones, aún cuando ellos harían las cosas de otra manera, enriquecen mi vida con su alegría, su entusiasmo y sus benditas locuras, me ayudan a recoger los pedazos de alma desprendidos como resultando de mis fracasos, y se congratulan de mis éxitos, al sentirlos como propios.

 

Porque prefiero compartir la mayor de las amarguras rodeado de un silencio cómplice, antes que “disfrutar” de alegrías prefabricadas y banales, acompañado por vacías sonrisas de conveniencia. Porque pocas experiencias me parecen tan desoladoras como la de sentirse sólo en medio de una multitud. A solas conmigo, o a solas sin mí….

 

«Alguien me ama, alguien me destruye. Ventanas o espejos, quebrados o abiertos»

 

«Bujías para el dolor», Bunbury (2008)

 

Imagen: Alfredo Díaz.

Si quieres saber más de él:

Twitter: @Fredodoc73

LinkedIn: Alfredo Díaz Campo

Facebook: Alfredo Diaz

¡Ya está! Me he decidido…

 

Me ha costado pero aquí te traigo al fin mi primer listado de referentes a los cuales deberías seguir, y en el cual te cuento en qué aspecto son referentes para mí. Es como si al soplar la velas, y pensar en este post de segundo aniversario, pudiera hacer mis deseos realidad y adquiriese las cualidades de cada uno de ellos que los hacen tan importantes para mí. Son como una especie de brújula que siempre me recuerdan dónde estoy a dónde quiero llegar.

 

Si te parece, empezamos el listado y te voy contando los motivos de que aparezcan en este listado tan especial  para mí:

 

– Mis padres:cada uno en su línea, pero de manera destacada mi madre, por su valentía.No conozco ( y mira que conozco a muchas personas y muchas historias) a ninguna persona que se haya levantado tantas veces como ella, que se haya secado tantas lágrimas y que haya sabido continuar el camino con la mayor de las dignidades. Si en mi código genético aparece la valentía de manera destacada en la cadena de nucleótidos, será sin duda gracias a su herencia.

 

– Mi marido: me quedo con su aplomo y templanza. Será producto de la práctica del kárate o de una personalidad de base tranquila, pero tiene la capacidad de infundir paz donde quiera que se encuentre. Y eso, en estos tiempo tan caóticos y llenos de vorágine, es un valor en alza. Al menos para mí… con lo que, quisiera tener su aplomo y transmitir su paz.

 

– Mi hija: la ilusión y empeñoque le pone a todo lo que inicia. Da igual que sea un dibujo o atarse un zapato. Es la excelencia personificada, poniendo cada ápice de su energía  y entusiasmo en que todo salga a la perfección (eso, tendremos que trabajarlo, que no es tan bueno…). El brillo que desprenden sus ojos cada vez descubre algo nuevo, incluso cuando lo recuerda tiempo después y lo revive.

 

– Mis mentores:ellos apenas usan las redes sociales, no les hace falta, tienen demasiado que mostrar al mundo, a su mundo como para entrar en este.

De Cristina, me quedo su capacidad para permitir desarrollarse y crecer a otras personasen momento clave de su vida. Yo, fui una privilegiada por tenerla en mi prácticum de Psicología, nunca podré agradecerle lo suficiente lo que supuso para mí su confianza y respeto, aún estando en pañales a nivel profesional.

Y otro referente que no puede faltar, es Juanjo Arias. De él quiero su cerebro,básicamente ;). Es una de las personas más inteligentes e interesantesque conozco, siempre aporta en una conversación, siempre instruyendo cada vez que habla. Y aquí, quien me conoce sabe que no soy objetiva (o sí) y no me importa en absoluto.

 

– Mis clientes:aquí me quedo sin adjetivos, porque la mayoría llegan rotos, cansados, frustrados, desilusionados… Y aún así, saben que sobrevivirán y saldrán reforzados, aunque se les olvide por momentos. Elijo su capacidad para aprender a tomar decisiones vitalesy ser responsablede todo lo que conlleva ser dueño de la propia vida. Me quedo con su confianza plena, incluso diría ciega en mí, en permitirme que les acompañe en un momento crucial de sus vidas. No añado nada más, ¿te parece poco? Porque a mí, sus avances y logros me parecen brutales y quisiera ser como ellos, sin lugar a dudas.

 

– Mis colegas de profesión:de los cuales me quedo su compromiso e integridad, su vocación por ayudar y lealtad. Me adelanto a decirte que no todos los profesionales con los que tengo contacto poseen estos valores que son esenciales para mí en una relación, y los cuales admiro cada vez que me encuentro en el camino. Pero te aseguro que las personas que están en mi “lista” de imprescindibles, con las que iría al fin del mundo y con las que me verás a menudo en proyectos o compartiendo jornadas, los poseen. Porque no concibo las relaciones de otra forma y porque cuanto más de rodeo de personas así, más se fortalecen mis propios valores.

 

– Mis amigAs: siento tener que hablar en femenino, pero esta vez es así. Son amigas. Tengo varios grupos de amigas donde refugiarme es costumbre, incluso necesidad cada cierto tiempo. Y en ese espacio al que acudo, siempre encuentro lo que quiero ofrecer y ser yo: una mano amiga, tendida, abierta y sincera. Un silenciopara que el otro hablevacío de juicios. Dime si tú no querrías tener a personas así en tu vida! Dime si no querrías ser tú hogarde otros en algún momento. Me quedo con eso de ellas. Oro molido son, oro molido somos.

 

Tú: Suscriptor? Seguidor? Contacto? Amigo? No sé cómo denominarte, porque ninguna palabra me parece acertada ni lo suficientemente bonita para reflejar todo lo que me aportas. Me quedo con lo que me inspirasen cada comentario, en cada conversación, en cada mensaje. Con lo que compartes y ofreces sin buscar nada a cambio. Me quedo con tu apoyo, tu agradecimiento, tu impulso, tu sostén, porque sin él, nada esto tendría sentido

 

Quisiera haberte mostrado a personajes superfamosos e interesantes, relevantes a nivel mundial y con un gran impacto en millones de vidas.  Me hubiera gustado llenar el post de etiquetas de perfiles con miles de seguidores, pero el post hubiese perdido la gracia y el valor que realmente tienen estas personas. Y  para mí, es mucho, te lo aseguro.

 

Gracias por acompañarme estos dos años en el blog estés en la parte de la lista que estés. Necesito que seas consciente de que soy lo que soy producto del peso que tienes en mi vida, no lo olvides.

 

Vamos juntos a por el tercer año…y los que vengan!

 

Imagen: edwardmiller.deviantart.com (boceto para tatuaje)

Sigue resonando en mi cabeza esta frase, que llevo escuchando desde mi infancia como un soniquete. Sobre todo de boca de mi padre, que quizás con un necesidad de sobreprotección que aún perdura, constantemente me decía que no fuese tan “transparente”, tan natural, tan directa porque me traería muchos problemas.

 

Y me los trajo, vaya si me los trajo… y aún hoy, me meto (o entro?) en alguno que otro.

 

Esto siempre me ha generado un gran debate interno: ¿mostrar lo que eres/sientes/piensas a cualquier precio? ¿maquillar comentarios, acciones o pensamientos con tal de salir airoso? Nunca he tenido la respuesta adecuada, pero hoy me encuentro más cerca de estar en paz con mi comunicación.

 

Esto no va de mentir, ni de fingir ni de ser actor. Va de conocer y estudiar todo lo que dices con tu cuerpo, lo que comunicas sin apenas abrir la boca y va sobre todo, de controlar la situación y de ser dueño de uno mismo. Siento decirte que esto es mucho más complejo que estudiarte un manual de Comunicación no verbal y de hartarte a ver vídeos en YouTube sobre cómo comunicar.

 

Es mucho más que es eso, porque lo que sí te adelanto es que tu cuerpo es el reflejo de lo sientes, piensas y, por lo tanto de lo que haces. Con lo que, aunque hoy te hable de lenguaje corporal, el verdadero éxito de cómo transmites, está en la forma en la que gestionas tus emociones y tus pensamientos.

 

Es cierto que existen una serie de pautas que nos facilitan la lectura de mensajes corporales en los demás, de los cuales podemos extraer más información de la que es obvia mediante la interacción comunicativa. Eso sólo será posible si prestas atención, pero no olvides que lo mismo que somos capaces a ver más allá de lo que dicen las palabras en los demás…también ocurre a la inversa.

 

Por eso me gustaría compartir contigo mi aprendizaje a lo largo de estos años en un tema del cual no me canso querer saber más y más, del que continuamente sigo ampliando conocimiento:

 

– Como te decía antes, sólo conseguirás ser un “experto” en la interpretación del lenguaje corporal, si realmente te gustan las personas y comunicarte con ellas. Sólo de esa forma, serás capaz de prestar la atención adecuada a las pistas que te ofrece tu interlocutor mientras sigues el discurso de la conversación de manera fluida. Porque, por si no te has dado cuenta, es realmente agotador. Sólo llegarás a sentirte cómodo mientras analizas todos aquellos detalles extras al alcance de tu mano, si tu interés real es hacerte comprender y buscar una comunicación exitosa para ambas partes.

 

– La comunicación no verbal tiene un componente cultural, pero en líneas generales es universal y se aprende de manera táctica. Es decir, sin haber leído nada de Paul Ekman, seguro que si te encuentras con alguien con el ceño fruncido, los brazos cruzados y la boca cerrada-apretada, seguro que rápidamente detectas cierto enfado o rechazo. Así que cuando te pongas manos a la obra, no partirás de cero, y eso, quieras que no, anima mucho a empezar en serio de una vez con el este asunto pendiente en tu agenda.

 

– Esto de la comunicación no verbal, tanto a nivel propio y como a nivel de los demás, es cuestión de sudar la camiseta. Si ya tienes las ganas de comunicarte mejor y el gusto por estar rodeado de personas que decíamos antes, además de prestar la atención necesaria y estudiar sobre el tema, ahora sólo queda entrenar, entrenar y entrenar. Y cometer errores, regular, mejorar, pedir feedback, cambiar, gestionar… Vamos, que no va a ser fácil, pero si te lo propones, podrás mejorar muchísimo la forma en la que llegas a los demás.

 

– La dichosa coherencia siempre aparece en este tema. Es de sobra sabido que ante una incongruencia o discrepancia entre lo que se dice y lo que se comunica con el cuerpo, prevalece lo segundo. Con lo que si mientes o finges…se sabrá! Salvo que seas un excelente actor y en caso de ser así, enhorabuena! porque dominarás el método Stanislavski. Lo que te quiero hacer llegar es que para comunicar bien, hay que conocerse bien, tanto a nivel reflexivo como a nivel corporal y de ahí en adelante, tener muy claro cuál es el objetivo que buscas a la hora de comunicarte. Así, la coherencia entre lo que dices, piensas y expresas será total y será el menor de tus preocupaciones.

Y para muestra, una muestra de la que escribe de que no hay forma posible de ocultar un enfado (o posible venganza) si es lo que se está sintiendo en ese momento…

 

– Del anterior punto deriva este pregunta clave: ¿qué ocurre cuando lo que pienso o siento no es lo adecuado en este punto de la comunicación? De ahí la necesidad de vincular de forma clara la gestión emocional con la comunicación no verbal. A veces se olvida que este lenguaje corporal incluye la paralingüística (componentes de la voz que no tienen que ver con el contenido: tono, ritmo, fluidez, etc) y proxémica (uso de los espacios y distancias en la comunicación), por lo que todo se complica mucho más a la hora de usar la comunicación no verbal como tapadera de lo que pasa por mi mente. Lo realmente importante es que gestiones tus emociones y sepas de antemano dónde y cómo se sitúan en tu cuerpo e impactan en tu estilo de comunicación. Desde hace años, trabajo con un modelo de entrenamiento propio basado en la toma de consciencia de estos puntos, y el aprendizaje y mejora es tremendo. Se llama Modelo CEPA (Comunicación Estilo Proyección y Actitud) y estudia en profundidad estos cuatro aspectos a la hora de conseguir aquello que nos proponemos.

 

¿Qué buscas realmente? Necesito (y necesitas) que seas sincero contigo mismo. Si quieres gustar, convencer, influir, obtener información, escuchar, opinar, hacer cambiar, ignorar o mentir… Has de tener claro cuál es tu objetivo en tu comunicación, qué es lo que realmente pretendes, porque de no ser así, todo esto no tendrá más sentido que crear una personaje o ser una auténtica pérdida de tiempo. Mientras no sepas qué quieres obtener de cada conversación, estarás dando tumbos y recuerda, que todo se nota…

 

No te obsesiones: parece que son muchos factores a tener en cuenta, pero en realidad, si prevalece en ti el primer punto y no tiras la toalla a la primera de cambio, el resto será cuestión de tiempo y esfuerzo. Empieza con pequeños objetivos a conseguir en cada oportunidad de comunicarte y evalúa siempre que puedas las áreas de mejora y los resultados conseguidos una vez haya finalizado. Esto, te ayudará a seguir motivado con el entrenamiento, disfrutando de aquello en lo que vas sintiéndote seguro y a poner más empeño en aquello que se te resiste.

 

Y después de todo este aprendizaje, te puedo asegurar que el título de este post ya no me tortura ni mucho menos. Después de años estudiando y trabajando con la comunicación de tantas personas, y la mía por supuesto, lo que he conseguido es que mis ojos te cuentan lo que soy, lo que siento y pienso cuando estoy contigo. Hace mucho tiempo que no me siento delatada por ellos…

 

 

 

Con este título, quizás te parezca que el contenido que viene a continuación es blandengue o sensiblero, pero nada más lejos de la realidad.

Mi #PersonaConAlmaAnónima de hoy me ha regalado esta maravilla de experiencia transformada en relato, que no nada más y nada menos que una realidad que está ahí latente, hace mucho daño y nos gusta muy poco enfrentar. Pero cuando llega, lo hace sin piedad y arrasa.

No ha podido con ella, incluso la ha hecho más fuerte, pero no estaba preparada y costado ver la parte de la historia que tiene que ver con el título, porque como todo en la vida, tiene luces y sombras.

Yo, veo en ella lo que ella cree ver a su alrededor: siempre hay luz si saber mirar. Quizás pronto, algún día, consiga ver y aprovechar la que tiene ella…

 

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Conseguir mi primer embarazo fue rápido y sencillo, pudo ser la suerte del principiante… pero estaba a rebosar de fertilidad, fue tan sencillo que creí que que todo saliese bien era “lo normal”.

Nadie me había dicho nunca lo contrario.

Tras 42 semanas llegó al mundo mi regalo, mi hija, aterrizó directamente en medio de la burbuja de expectativas que yo me había creado… ¡y la explotó!.

Entonces  asomó lo que unos llaman baby blues y otros depresión postparto. De repente me vi en medio de un cóctel de hormonas en el que no entendía muy bien lo que ella necesitaba pero tardé más tiempo en entender lo que necesitaba yo.

Tras varios meses vuelvo a quedarme embarazada, esta vez con más dificultad(parece que llegados los 30 las posibilidades de quedarse embarazada rápidamente empiezan a ser inversamente proporcionales a las ganas que se tienen) y con este bebé un regalo diferente: el aprendizaje.

Durante la ecografía de las 20 semanas el médico se queda con una parte de mi corazón…A partir de ese momento se suceden un montón de pruebas y diagnósticos para acabar perdiendo a mi hija (he aquí la mariposa) a los 6 meses de embarazo.

Nadie debería vivir esto. Nunca.

Un oscuro abismo se planta de forma abrupta ante mi, esos deseos , anhelos e ilusiones se desvanecen ante la realidad que de repente me ha tocado vivir, pero sorprendentemente la madre naturaleza me carga de la adrenalina que necesita un animal salvaje para sobrevivir y me convierto en la versión de mi misma más fuerte que nunca haya imaginado.

No es olvido, es costumbre , aceptación y porque no decirlo es un poquito de resignación.

Llega el aprendizaje.

Las distintas etapas del duelo fueron sucediéndose de una forma salvaje pero natural y el destino pone en mi vida al bebé arcoíris.

Este embarazo es el más duro y tan agridulce…, se mezclan todas las pruebas médicas con los sentimientos de incertidumbre hasta que lo tengo en brazos, a él.

La vida es caprichosa.

Cada gota de lluvia, cada lágrima, ha merecido la pena para poder disfrutar hoy plenamente de mi sol y mi pequeño arcoíris.

Si estás pasando o has pasado por alguna de estas etapas no rechaces nunca a una mano que te ayude o un hombro que te consuele. Nunca te sientas sol@.

Pongámosle nombre: infertilidad , aborto, muerte perinatal, depresión postparto, fracaso en la lactancia materna… acabemos con los tabúes de la maternidad.

 

Imagen: pinterest.com

A veces escribo un post para hacerte llegar aquello en lo que te puedo ayudar, otras para compartir conocimiento, otras como fruto de una reflexión o una opinión. Este de hoy, como otros muchos que no te he explicado al principio, es por intentar aclara(me)…

 

Como dice la Programación Neurolingüística (PNL) cada uno de nosotros ve el mundo desde su perspectiva y nos creamos una realidad a la que llamamos mapa. Pues yo, tengo un mapa concreto sobre la diferenciación, y de esto me gustaría hablarte hoy.

 

Referentes en marca personal a los cuales sigo y me ayudan muchísimo a crecer y a mejorar cada día (David, Andrés, Eva, Elena Guillem por poner algunos ejemplos) inciden en la diferenciación como un factor clave en el éxito de nuestra propuesta de valor, siendo ésta la que haga que nos elijan frente a otros y nos posicione como la mejor elección posible. Vamos, que destaquemos entre el resto y digan: “Yo quiero a est@!”.

 

Y ahí empieza mi debate interno que quiero compartir contigo a ver si consigo aclararme. Más allá de la necesidad de profundizar en lo que te hace diferente al resto (siempre tendiendo a ser mejor, claro, porque para mal ya vamos por naturaleza) y de sacar partido a esas características que ya poseemos, ¿no crees que se nos está yendo de las manos lo de ser diferente?

 

A nivel profesional buscamos destacar, ser mejores que el resto, tanto cuando estamos en una organización, como mientras buscamos estarlo o al ser nuestros propios jefes (eufemismo barato de ser autónomo). Para destacar y ser la opción elegida, hay que saber en qué se distingue, en qué se es bueno o mejor que el resto, cuál es nuestro potencial en uno u otro contexto. Y crear nuestra propuesta de valor, en base a esos matices que nos diferencian de los demás para que se más fácil que nos elijan frente a otros. Y hasta aquí, amén…

 

Pero de aquí en adelante es donde me pierdo al observar tanto en la red como en el directo, diferenciaciones que son auténticas obras de teatro, guiones de Hollywood de ciencia ficción y dramatismo absoluto, disfraces al fin y al cabo.

 

Quiero que sepas, que ya eres diferente al resto de la humidad desde el minuto 1 que naces, salvo que tengas un hermano gemelo homocigótico (esto no es ningún insulto…), pues tu código genético es único. Y de ahí en adelante, nadie como tú podrá percibir, sentir, aprovechar, asimilar y devolver al mundo el impacto que ha tenido en ti la educación, contexto, valores, estudios y experiencia de vida que has tenido. Con lo que lo único que tienes que hacer es…ponerte manos a la obra y darle forma. Es decir, conocer en profundidad todo eso que ya posees y estructurarlo en un discurso y propuesta formal de objetivo profesional. Pero parte de la base que ya lo eres, ya lo tienes, ya lo haces, aunque quizás no lo sepas o no sepas qué hacer con ello, algo para lo que el autoconocimiento es vital (ya sabes que soy muy fan).

 

Esa diferenciación ya existe, pero lo hace dentro de un contexto en el que es muy posible que hagas cosas parecidas a lo que hacen otros, ya que estás influenciado por la misma cultura, bebes de las mismas fuentes, perteneces a una misma generación y te mueves en los mismos círculos…. Y ¿sabes qué? Que no pasa nada porque seas igual al resto de profesionales en muchas factores compartidos, porque al mismo tiempo también tienes matices muy sutiles que hacen tú seas único. Esa es la auténtica diferenciación de tu proyecto personal, de tu objetivo profesional.

 

Una cosa es definir tu propuesta de valor en base a lo que te hace diferente, que ya tienes o puedes llegar a dar forma. Y otra muy distinta es ponerse a inventar la cuadratura del círculo, a innovar de tal manera que llegues a deformar la autentica esencia que te define. La diferenciación que tiene éxito es aquella que, a pesar de estar definida estratégicamente y gestionada de manera profesional, es planificada y tiene un objetivo, no deja de ser algo natural y coherente.

Definir ese elemento diferenciador y hacerlo a través de un proceso de gestión de marca personal dista mucho de sentarte a idear (por no decir falsear) qué es lo que tienes que hacer nuevo, que te haga diferente al resto, pero que nada tiene que ver contigo ni eres capaz de defender en tu objetivo profesional. Esa diferenciación que te hace destacar, no deja de ser un anticipo de todo lo demás, pero de algo que ya eres.

 

Cuando en esta diferenciación, empiezan a aparecen artificios nuevos, acciones impostadas (viene del término impostor, no te digo más), creaciones alejadas de lo que te hizo plantearte definirla y hacerla comprensible y visible para el resto, le resta valor en lugar de sumarlo. Y además, es algo evidente para ese público al que te diriges y al que quieres convencer, porque tarde o temprano, te cansarás de fingir lo que no eres o no va contigo.

 

De seguir así, si nos ponemos tontos que esto de diferenciarse por diferenciarse, llegará un momento en que se ponga de moda ser del montón (por no decir normal y entrar en discusiones sobre la «normalidad»).

Imagen: Marco Grob (Lady Gaga)

Hay que ver para cuánto da una comida de Navidad con dos buenas amigas (vosotras ya sabéis quiénes sois…) y una larga y sincera sobremesa. Desde diciembre lleva madurando este post, imáginate la cantidad de vueltas que le he dado al tema y lo que ha supuesto para mí.

Aunque pueda parecer irrelevante, creo que es necesario que te ponga en contexto, por lo que intentaré hacerlo de la forma más breve posible.

 

Estas amigas me conocen desde hace casi 10 años y han vivido conmigo una serie de circunstancias que nos han unido a pesar de vernos muy poquito y de estar una de ellas a más de mil kilómetros. Al grano que ya me lío… Ambas conocen de primera mano mi opinión sobre una persona, opinión que es (bueno era…) compartida y hablada en multitud de ocasiones. Opinión…que de un tiempo a esta parte, ha cambiado por una serie de motivos (esos sí que son irrelevantes).

 

El meollo del post viene a continuación: tras compartir, y casi debatir, este cambio de opinión, soy “acusada” de incoherente, cualidad que me define por excelencia y que llevo por bandera (prometo que no son mis palabras, pero podría hacerlas mías en cualquier momento). Me sorprende la dificultad para explicarme y hacerme entender al respecto, pero no logro convencer a mis acompañantes de que lo opinaba hace 10 años, ha cambiado, al igual que lo he hecho yo, y que tengo todo el derecho del mundo a ejercer libremente dicho cambio. Pues nada, oye! Que soy una incoherente por haber cambiado de opinión.

 

Conste que las sigo queriendo muchísimo a ambas, pero removieron en mí algo que no me gusta en absoluto: la sensación de culpabilidad por cambiar de opinión. Me fui dando un paseo sin prisa por el casco viejo de Oviedo mientra maduraba la idea y nació este post.

 

¿Cómo es posible que en un mundo tan convulso, donde todo cambia tan rápido, donde todo parece caduco a la media hora de haber sido creado… nuestras opiniones tengan que ser inamovibles?

¿Cómo puede ser que nos cueste tanto entendernos y hacer comprender que el cambio es innato al ser humano?

¿Cómo pretendemos fomentar la evolución y desarrollo constante si lo primero que frenamos es el propio derecho a cambiar y al mismo tiempo sancionamos a quien lo hace?

 

De repente, mi apreciada coherencia, tan frecuente en mi vocubulario se volvió más una losa que unas alas. Me imaginé con una esposas doradas, presa del peso de la coherencia como una tremenda limitación que, según con quién me topase, no me permitiría avanzar al ritmo que yo considerase oportuno. Y me ví, te prometo que me ví, muy lejos de esa libertad que había traído siempre consigo la coherencia de la mano.

 

Por un lado, he de admitir que fui la primera en pasar por el trance de traicionarme a mí misma al cambiar de criterio y además, de hacerlo sobre algo que era público y compartido en mi entorno cercano. Resuenan en mi cabeza: “¿Pero qué te pasa? ¿Cómo me ha dado ahora por “esto”? ¿Qué pensarán de mí? ¿Creerán que soy una falsa?¿Incoherente yo?” Buf, qué presión!

Pero más allá de todo esto, surge la sensación de faltar a la verdad, a mi verdad, a pesar de considerar que tengo motivos para cambiar de opinión. Y las tengo, vaya si las tengo! Entonces soy “valiente” y decido ejercer y hacer público mi derecho a cambiar de idea, a hacerla pública y asumir sus consecuencias.

 

Y una vez superadas todas estas trabas internas inherentes al propio cambio (paso de llamarlo zona de confort, que me da mucho hastío…) soy testigo una vez más, y además en carne propia, de las resistencias humanas a la evolución implícita en la propia vida. Mi entorno, el contexto en el que vivo, no me facilita en absoluto esa transformación y más allá de mi propia dificultad, es mi círculo vital el que me dice abiertamente ante cada cambio que soy una incoherente.

 

Sigo pensando, y ahora me gustaría que lo hicieras tú también: ¿nunca has pensado en la incoherencia de alguien por hacer esto mismo? Dime que no has pensado en lo maleable que es una persona determinada por hacer cosas diferentes a las que hacía…hace 10 años. Pues sí, yo también lo he pensado. Y mientras lo hacía, reforzaba mi propia coherencia como estandarte de firmeza de ideas, de ser consecuente con la elecciones tomadas en un momento determinado. Como si las opiniones fuesen un ente inmamovible y al cual debemos aferrarnos como testimonio de vida.

 

Con lo que aquí me tienes, dándole vueltas a la idea que tenía sobre la coherencia, tan usada como maltratada en las definiciones personales, en las pautas de una marca personal estratégica, en el sello de la autenticidad. Y ahora mismo no tengo tan claro que la coherencia, tal cual me la he topado estas navidades entre el turrón, sea la mejor opción.

 

En resumen (modo irónico activado al máximo):

  • Si eres coherente, nunca podrás cambiar de opinión
  • Si eres coherente, te dolerá evolucionar y pensarás que te traicionas
  • Si eres coherente, tu entorno no te permitirá cambiar de idea, así como así (sobre todo cuando la nueva sea opuesta a la suya).
  • Si eres coherente, tu contexto te hará dudar de tu esencia y tu autenticidad.
  • Si eres coherente, no puedes ser flexible y adaptarte, porque te transformas automáticamente en incoherente.
  • Si eres coherente, no gustarás a todos. Pero si eres incoherente…tampoco. Ay, que esto no venía mucho a cuento, pero de paso te lo recuerdo que nunca viene mal.

 

Y viendo lo visto, ya no tengo tan claro si alardear de mi coherencia o no. Me arriesgo a que me veas como una incoherente, quizás me sea más útil para adaptarme a este entorno VUCA, donde todo muta a la velocidad de la luz…

 

Imagen: google.com

 

No, no es el título de ninguna canción de emisora Millenial ni lo que piensas cuando se te atasca la cápsula de la Nespresso. Es lo que pensó la protagonista de esta historia cuando su horizonte laboral empezó a volverse oscuro.
Y obviamente, el problema no era el café ni la cafetera…

Te cuento a través de mis ojos esta historia que ha tardado más de un año en ver la luz y ha tenido que ser a través de los míos, porque los de la protagonista aún se nublan al hablar de ello.

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Me veo caminando como cada día, paso a paso voy cruzando aceras y calles que me llevan a mi trabajo. No canto ni bailo porque soy de carácter reservado, pero si pudieras verme “por dentro”… lo estaría haciendo. ¿Sabes esa sensación de sentirte bien y plena con tu vida, con tu trabajo? Pues esa, soy yo. Sólo que por fuera, no se ve.

Llegar a la oficina y sentirte una más del equipo, estar alineada con los objetivos de la empresa (con lo difícil que es eso!) , saberte valorada… Eso es lo que hace que cada día vaya con una sonrisa a trabajar, a pesar de los imprevistos y dificultades que surgen. Como en cualquier contexto donde conviven personas, porque las organizaciones están hechas de eso, personas.

 

Y me veo allí tan feliz, en mi puesto de trabajo: llamadas, clientes, informes, papeles, visitas… Todo fluyendo, con pequeños tropiezos que se solventan con esfuerzo y colaboración de todos, y con ganas de ir a más, siempre de ir a más.

Así me veo hasta que un día, después de muchas sutiles señales de el cambio estaba por venir, se hacen evidentes mis sospechas: soy un estorbo. Cuando alguien llega nuevo a un equipo siempre hay una fase de reajuste, con recelos y desconfianzas por ambas partes, que con el tiempo desaparecen si hay buena intención y ganas de colaborar. Pero cuando el fin de esa incorporación es otro, obviamente los resultados también.

 

La aparición de una nueva persona en escena, precipita una serie de acontecimientos tan desagradables como despidos, ceses fulminantes, cambios drásticos en funciones. Todo ello acompañado de la peor parte de esta historia: desprecios, insultos, mentiras, menosprecios, bloqueos, presiones, faltas de respeto… que se expanden como el lodo en toda la organización. Tardan en llegar a mí, por la posición que ocupo, pero me afecta igualmente el hecho de ver como aquello avanza como la peste y no puedo hacer nada. Es más, sé que tarde o temprano llegará mi hora.

 

Y llega. Llega el momento: ¡maldita cafetera! Me resulta más fácil culparla a ella y que sea foco de mi ira, sobre todo, de mi frustración. Porque unas cápsulas de café (sí, como lo lees, unas cápsulas!) son la gota que colma el vaso en esta situación de mi anulación en la empresa se instala de manera permanente, y contra la que lucho todo lo que puedo. No es mucho, porque no en realidad no sé ni contra qué ni contra quién lucho, pero lo intento.

Durante meses, incluso años, la sensación de impotencia e indefensión se apodera de mí, llegando a generarme enfermedades como consecuencia de resistir en este ambiente tan hostil. Pero no es fácil dejar un trabajo que te gusta, en el que llevas media vida y para el que sabes que estás hecha, y sobre todo, sin saber el motivo por el cual todo ha cambiado y ya no es lo mismo.

 

¡Maldita cafetera! Me vuelvo a repetir una y otra vez. ¿Es por usarla más de lo debido, por dejar atascada la cápsula o por terminar el Ristretto y no reponerlo? No acabo de encontrar el motivo real de la decisión de mi despido un día de verano, previo a mis vacaciones. Y la culpo a ella, a la maldita cafetera. A sabiendas de que esto no tiene que ver ni con el café ni mucho menos con la cafetera, pero sí tiene su poso amargo cuando lo calientas más de la cuenta.

 

Después de montar y desmontar mil hipótesis sobre la cafetera y su influencia en mi futuro laboral, y a punto de tomar rumbo al sur como destino de vacaciones, soy despedida. Así, sin más. “No vuelvas más” tan sólo eso. Y ya no lucho, porque ¿contra qué? ¿contra quién?

 

Cruzo el país de punta a punta, esperando que el aire cálido del sur secase las lágrimas que he derramado durante el combate que había empezado por la maldita cafetera y de la cual no había podido tomar parte en realidad. Esas lágrimas que me acompañan a lo largo del viaje y que en parte, también son un indicador del alivio que siento porque todo ha acabado. Yo, nunca habría tomado la decisión por mí misma, no habría sido tan valiente. O quizás mi valentía fue la de quedarme y defender mi postura y aquello en lo que creo de la mejor forma que pude.

 

Aún hoy no tengo la respuesta, sólo sé que el sur, como siempre alivia mi dolor y me ayuda a ver de forma más clara la liberación que supuso para mí. Pero también aún hoy, se me nublan los ojos al pensar en todo lo que influyó en mi carrera, para mi acceso de nuevo al mundo laboral, en mi vida…y para no soportar ver una Nespresso a menos de 10 metros nunca más.

 

Imagen: Daria Grad-Berdak (pinterest.com)

* Dedicado a una persona excepcional con la que comparto mucho más que una vida: mi marido, Jaime Gayol.

Y de Facebook, de Linkedin, de Instagram, de Pinterest. O de cómo el peso de las redes sociales se puede volver una losa en nuestra contra….

Cuando ya pensaba que mi vida “social” era estable y tenía controlados Facebook y Linkedin como herramienta de trabajo y forma de difusión profesional, va y aparece él: Twitter. Sé que la gran mayoría de vosotros ya le conocíais o incluso sois influencers, pero no es mi caso.

A pesar de tener la cuenta activa hace casi 7 años, era un noviazgo que no había comenzado, simplemente nos habían presentado y ahí había quedado la cosa. Pero en estos últimos meses, la relación parecía que empezaba a tomar forma. Había comenzado a trabajar mi marca personal de manera más intensa y había visto claramente que era algo necesario y muy positivo, diría que casi imprescindible, el saber moverse adecuadamente en esta red.

 

Me encontraba inmersa en conocer su lenguaje, en seguir a los perfiles que me interesaban, en adaptarme a su ritmo y además amoldar mis necesidades a lo que me ofrecía. Pero en realidad, lo que me encontraba era agotada!!! “Da igual” me decía, “no desistas, lo dominarás” Y mientras persistía, tenía claros mis objetivos y quería llegar a un determinado número de tweets al día, de tener cierto número de seguidores y de que mi puntuación de Klout aumentase, me di cuenta de que me estaba perdiendo algo importante: mi vida.

 

Un día cualquiera, después de una larga jornada sin ver a tu familia, sin tener tiempo para tus amigos ni jugar con tu hija, me dispongo a “currarme” el Twitter y oigo a mis espaldas: “Cariño, de verdad, le tengo celos a Twitter”. Y aquella frase de mi marido me rompió por dentro, fue una bofetada de realidad para mí.

 

Aquí es donde empieza realmente la reflexión que vino días después de esa frase lapidaria que marcaría mi relación con Twitter y demás redes sociales: sé que es importante la presencia en la red, pero es más importante aún la presencia en mi vida. Siento contradecir a quienes predican que si no estás es como si no existieras, que no se debe dejar de publicar ni un solo día, a quienes insisten en estar activo y ser visible en la red, en estar pendiente de todo lo que ocurre. Lo siento de veras.

 

Se lo agradezco, de corazón. Creo en la sabiduría y bondad de sus consejos, en la necesidad de crear una imagen profesional estudiada y difundirla a través de las redes, de tener visibilidad y de estar ahí. Pero también necesito hacerlo a mi ritmo, con mis objetivos y según mis necesidades y sobre todo, sin ahogarme ni perderme nada de lo que está fuera la red. Necesito evolucionar en mi marca personal al mismo ritmo que en mi vida profesional, sin dejar a un lado y mimando como se merece mi vida personal, mi familia, mis amigos, mi tiempo…

Necesito sentirme presente en el café de la sobremesa con amigos, en la conversación banal durante la película después de cenar, pintando nubes en el aire con mi hija o hablando con mi madre por teléfono. Necesito estar presente en mi vida y no perderme ni un solo minuto.

 

He llegado a la conclusión de que no necesito 50000 seguidores, que no puedo (ni quiero) publicar al día 100 tweets, de que no tengo por qué ser una influencer… O al menos de momento, ya que ni estoy preparada para conseguirlo ni es necesario en mi realidad actual, ahora mismo es el momento de tomar decisiones respecto a Twitter y a mi vida.

 

Por eso, para los próximos meses me he propuesto estos sencillos objetivos para hacer que todo esto sea más fácil para mí y los que me rodean:

 

  • Restringir el uso de las redes sociales en tiempo y espacio: 5, 10 o 30 minutos, una jornada completa, pero que sea limitado y solamente en unos espacios en concreto (oficina, trabajo, despacho)
  • Dejar los dispositivos móviles en silencio en reuniones sociales, tiempo de ocio y de familia. Desconectar realmente y disfrutar de esos momentos.
  • Fijar unas metas realistas y adaptadas al tipo de vida de cada uno: aunque lleve tiempo, es necesario definir una estrategia y desarrollarla en un plazo determinado, mientras que por ello no suponga una pérdida de contacto con la “realidad física”
  • Aceptar las limitaciones e intentar aprender cada día, intentando que sean cada vez menos, pero sin prisas ni presiones.
  • Disfrutar con lo que se hace, sea el tiempo que sea…

 

Bien, pues ha llegado el momento de empezar a cumplir los propósitos y estar presente en cada momento de mi vida. Porque por si fuera poco, este verano me he abierto una cuenta en Instagram…

Y tú ¿estás presente en la tuya?

 

Fuente: Pixabay.com

Tengo la sensación de que hasta que no te hablo de etiquetas, tipologías, clasificaciones y demás encasillamientos, cualquier tema sobre el que te hable no adquiere seriedad.

Y como quiero hablarte de manera muy seria sobre la delegación, he diseñado expresamente para ti, para que me hagas caso y me prestes atención de la buena, una serie de síndromes que impiden una delegación eficaz:

– Síndrome “Porque yo lo valgo”: Se trata de responsables de departamentos que piensan y hacen ver de manera muy clara, que nadie puede hacer las cosas tan bien como ellos. Básicamente les es imposible, dado que el tamaño de su ego inunda todo e impide ver la realidad del potencial que pueden tener al lado, del talento a desarrollar y explorar en su equipo. Infinitamente más sencillo dar ese golpe de melena tan característico del anuncio, que pensar que alguien, que además tienes a dos palmos, puede hacer sus tareas mejor que ellos, más rápido y de manera más efectiva.

– Síndrome “Porque yo lo digo”: Son personas al mando, que creen que el proyecto en el que se encuentran inmersos es su cortijo: ordenan, mandan, atan y desatan a su antojo. Y en ese antojo está el de no delegar, o el de hacerlo con criterios poco objetivos como el de “porque me da la gana”. Y ¿qué consiguen con esto? Además de alejar a sus colaboradores e infundir miedo por doquier, se sobrecargan de tareas de manera innecesaria. Lo cual incrementa su enfado pensando que tienen a su cargo un equipo inútil, dándose la razón a sí mismo sobre la idea de que sólo quien manda (casualmente él) puede hacer las cosas que se tienen que hacer. Y vuelta a empezar…

– Síndrome del “Conejo blanco”: Este no me lo he inventado yo, pero lo he traído aquí porque es muy frecuente encontrarse con personas con responsabilidad en las empresas que siempre, siempre tienen prisa. Y si no la tienen, se la crean, al igual que la ansiedad y exigencia extremada que transmiten a sus colaboradores. No consiguen tener un hueco en su agenda para desarrollar a su equipo, para detectar el talento oculto para formar, guiar, tutorizar, hacer crecer. No lo tienen nunca, y el motivo no es el tiempo, porque ese siempre va al mismo ritmo. Cuestión de prioridades

– Síndrome del “Gollum”: No voy hablarte de la personalidad múltiple que presenta este odioso y tierno personaje creado por Tolkien. Te voy a hablar de la necesidad, incluso compulsión, que tienen algunas personas de guardar cual tesoro conocimientos, funciones o responsabilidades. Ignorando que, lejos de ser una muestra de poder y competencia, es un reflejo de la inseguridad y el miedo a ser prescindibles, a que alguno de sus colaboradores sea mejor, a que alguien que no sea él. Ya sabes, “mi tesoro…”.

– Síndrome del “Psicólogo”: Como lees, del psicólogo como lector de mentes, como adivinador de pensamientos y predictor del futuro. Aunque con buenísima intención, hay personas que ocupan puestos de responsabilidad, cuyas artes adivinatorias les hacen saber (sin contrastar con los realmente interesados) el nivel de capacitación, preparación o interés de sus colaboradores. Casualmente, estos superpoderes siempre tienden a la creencia de que los componentes de su equipo NO quieren responsabilidades, NO saben hacer las cosas bien, NO están preparados… Y eso, es mucho más cómodo, aunque tremendamente agotador, que ponerse manos a la obra para dar forma a todo el talento que existe al alcances de sus manos.

– Síndrome de “La buena madre”: Al igual que en el caso anterior y con la mejor de las voluntades, en las organizaciones también existen personas con responsabilidad que intentan proteger a sus equipos. Y lo hacen con tanto esmero…que bloquean el desarrollo del mismo. Es habitual verles diciendo frases como «Ya tienen bastantes los pobres» o «Para eso yo soy quien más cobra», con las cuales lo único que consiguen es generar limitaciones donde no las hay y dependencias innecesarias. Y el equipo por su lado, puede que deseoso de adquirir nuevas funciones y tareas como forma de sentirse valorados y mientras, la casa sin barrer…

 

Es posible que mientras lo hayas leído se te haya escapado alguna que otra sonrisa socarrona imaginando a cualquiera de tus (ex)jefes al lado de alguno de estos síndromes tan comunes. Conste que me haría una ilusión tremenda resultarte entretenida… Pero también es posible que alguien, en algún lugar, le haya venido tu cara a la mente al leer cualquiera de estos síndromes que nos alejan de una delegación eficaz.

Sea como sea, ninguna de las dos opciones tiene gracia. Así que háztelo mirar y no me hagas tener que inventarme otro síndrome, al menos, en lo que a delegación se refiere.

Imagen: Shutterstock

Dicen que ya no soy coach, pero se olvidan de que nunca lo fui en realidad. Y digo bien: nunca lo fui y menos ahora con todo lo que sé que implica tener que hacer para ostentar tal mención.

No te quiero aburrir con los títulos ni experiencias profesionales que hacen que sea quien soy a día de hoy, es lo último que me apetece. Además, sé de sobra que tienes otras formas mucho más rápidas de saber sobre mí. Pero lo que sí tengo claro, y creo que es la base de todo, es que soy psicóloga. Y ahí, reside parte del problema y de la solución de lo que te quiero «llorar».

 

Llevo desde el 2008 formándome y adquiriendo conocimientos en lo que conocemos como coaching, lo que para mí es una herramienta más de las que me ayudan a llegar a las personas y organizaciones con las que trabajo. A ellas y a sus objetivos, sus necesidades, sus circunstancias.

Son 10 años de aprendizajes, asimilando y aplicando conceptos y técnicas que me han permitido dar forma y poner nombre a aquello que estudié en psicología y otros metodologías que llegaron de la mano de diferentes disciplinas. A día de hoy llevo acumuladas más de 500 horas en procesos de coaching (me las sé de memoria porque es habitual que las tengamos registradas, contabilizadas y documentadas).

Tuve la necesidad (generada por el propio contexto y momento) de certificarme por la entidad con la que me formé en mis inicios. Dicho sea de paso, esa primera formación fue determinante en mi decisión de dirigir mis esfuerzos en aplicar y trabajar con esta técnica que tantas alegrías me ha traído todo estos años.

Y de ahí, hacia arriba, como un cohete. Me certifico en su momento, obviamente con la entidad con la que me he formado porque para eso está acreditada por sí misma y forma parte de una asociación que la respalda, compuesta por profesionales formados y acreditados por esa misma entidad (saca tus propias conclusiones). Y me sigo formando, creciendo, ampliando horizontes y mente, o eso creo, o eso intento. Y lo hago en estas y otras técnicas, conozco otras materias, experimento con nuevos métodos. Y me apetece meterme en el lío de “subir” en el nivel de certificaciones, para llegar al TOP de las certificaciones, como que eso me hace ser mejor profesional. Todo me parece poco…

Hasta que me doy cuenta de que lo único que hacen esas certificaciones es darme seguridad cuando no la tenía, cuando me la intentan quitar porque esa inseguridad es la base en la que se sustenta su propia existencia. Y da cierta lástima y al mismo tiempo orgullo, ser consciente de todo ello. Constatar que en estos 10 años, las 500 horas de las que te hablaba antes, han tenido lugar gracias a la confianza que mis clientes y las organizaciones han depositado en mí permitiéndome acercarles los beneficios de la psicología a su día a día. De los resultados obtenidos, de la satisfacción de hacer las cosas con convicción y valores firmes, y no de las certificaciones obtenidas.

 

Estas y otras circunstancias que no vienen a cuento (o quizás sí, pero esto se haría interminable) me han hecho darme cuenta de lo que te decía al inicio: no soy coach, nunca lo fui. Y por lo tanto, no necesito que me renueven cada año el pase para poder seguir siéndolo a cambio de nada.

A parte de mi postura sobre la profesión de coach (si no la conoces, te invito a leer este post) y mi defensa sobre el papel de la psicología en las bases del coaching, se une la de no ser más cómplice de este tipo de certificaciones (al menos, de las que conozco hasta el momento). Un proceso que tiene más de burocrático y de costes que de supervisión profesional, una certificación que tiene más de pegatina de sobre-sorpresa que de seguimiento y mejora continua. Una certificación que serviría para acreditar una capacitación demostrando ante “notario” que las horas en procesos que dices tener en tu poder, son tales. Pero que solamente tendrán validez mientras pagues religiosamente una cuota a cambio, y que en caso contrario, pierdes. Y entonces ahí, la que se pierde soy yo.

Comprendo que si no estás vinculada a una asociación, la misma no dé por válida la certificación que acreditó en su momento. Es lógico: no van a acreditar a alguien que no sostiene su sistema ni forma parte de él.

 

Pero lo que me lleva a contarte todo esto es la siguiente reflexión: si pierdo la certificación que la asociación ha emitido ¿también pierdo la formación, experiencia y conocimientos adquiridos y facilitados por ella? Creo que la propia pregunta se responde a sí misma. ¿Cómo se va a perder lo adquirido y asimilado, lo aplicado y ejercido durante 10 años porque una entidad así lo decida? ¿Por dejar de pagar una cuota? Y ojo, que no estoy en contra de los motivos que llevan a las asociaciones a tomar esa decisión: si no pagas, no eres asociado y pierdes la certificación. Otra cosa es que vea esa decisión coherente con la misión que las hace nacer, que no es otra que la de favorecer el desarrollo y divulgación del coaching como profesión.

¿Perderé entonces mi credibilidad y profesionalidad? Me hago esta pregunta en voz alta porque hoy sé la respuesta y no me da miedo decirla en voz alta, pero hasta no hace mucho, me hicieron dudar…de ello y de mí. Que no te engañen, el respeto y la acreditación siempre han de venir de la mano de los clientes, de los colegas de profesión, de los resultados. En caso contrario, será papel mojado…

 

En fin, que dicen que ya no soy coach, y creo que después de contarte todo esto se reafirma mi idea de que nunca lo fui. Lo que sí soy es una profesional de la psicología, que aplica con el mismo rigor el código deontológico que el coaching como técnica en su día a día. Pero para eso, no hay certificaciones jugosas en el mercado…. de momento.

 

Imagen: Jill Greenberg